Montaña, llamado y misión
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10/06/2024 Si hay algo que el trato continuo y cotidiano con la Palabra nos va enseñando es que el Evangelio no es algo alejado de nuestra vida, sino que tiene mucho más que ver de lo que nosotros nos podemos imaginar. El gran esfuerzo, el gran ejercicio, con la ayuda del Espíritu Santo es poder llevar eso que compartimos, eso que escuchamos, eso que leemos a nuestro día a día. Por eso te invito a meditar algunas ideas.
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote,Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados;y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
La Palabra de hoy, Lucas 6,12-19, nos comparte el relato de la vocación de los discípulos. San Alberto Hurtado decía algo bien bonito y bien hondo a la vez: “Cristo vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un gran cuerpo cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros. Todos estamos llamados a estar incorporados en él, ese es el grado básico de la vida cristiana”. Cristo convoca discípulos-misioneros para que estén con él y lo ayuden en la construcción del Reino.
Por eso hay que mantener el seguimiento. El Señor no improvisa la vocación, el llamado, la propuesta a que lo sigan. Dios no llama en serie, llama en serio. La historia que encontramos hoy en el evangelio no es una historia ajena, alejada. Todo lo contrario, es también la historia de nuestro propio camino de fe, es tu historia, es un reflejo de tu vida. Dios quiere involucrarse también con tu hoy, con tu presente y no deja de llamarte, de proponerte un camino. Jesús te invita hoy, así como estás, con tus alegrías y tristezas, con tus virtudes y limitaciones. Acordate que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos.
Abrazá tu misión. El Señor los llama para algo y por algo. Los textos paralelos dirán: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Esta es tu misión, que sigas a Jesús y que ayudes a que otros se encuentren con Él. Es tuya, es personal, es una invitación que Dios te hace, ahí está tu plenitud. Empezá vos, animate a vivirla en comunidad. ¿Estás siendo puente o muro? ¿Estás siendo intrumento del amor de Dios en la vida de los que te cruzan por el camino? Buscá la manera de volver tu vida un testimonio, un evangelio.
Hay que tomar la decisión. Dice el evangelio que los discípulos lo dejaron todo y siguieron a Jesús. Quizás este es el gran desafío, dar un salto de fe, tomar la decisión y animarse al seguimiento comprometido. Acordate, nadie elije la renuncia por la renuncia en sí misma, sino por una elección. Animate a decirle a Jesús: “aparta de mí lo que me separe de ti”. Acordate que el llamado es algo de todos los días, confiá. Dios no se borra, Él te sostiene.
¿Cómo estás haciendo para prestar atención a la voz de Dios que te invita a estar con él? ¿A qué misión te sentís llamado?
En primer lugar, encontrá tu montaña. Las decisiones importantes no son algo que se improvise. Jesús nos enseñando eso: él, antes de llamar a sus discípulos, permanece toda la noche en la montaña orando. Es muy importante que podamos vos y yo profundizar en nuestra vida de oración. No solamente cada vez que tengamos un problema o cuando nos toque tomar decisiones, siempre. ¿Cómo está nuestra vida de oración? Las decisiones importantes, ¿las rezás? ¿Te tomás un tiempo para discernir lo que Dios quiere para tu vida? Tu vocación, tus proyectos, tus sueños, tus acciones, todo lo que vas viviendo, ¿tienen el sello de la oración? Acordate que orar es hablar con Dios y por eso es bueno no sólo hablar sino también escuchar. Las grandes decisiones de la vida hay que hablarlas con el Padre, dialogarlas. No contestes cuando estés enojado, no decidas cuando estés en crisis, no prometas cuando estés contento. Tomate tu tiempo y preguntale a Dios. Pedile que te oriente.
En segundo lugar, escuchá tu llamado. Jesús llama a los discípulos por su nombre, a cada uno lo conoce. Ellos han sido llamados por Dios por el nombre que tenían. Ese es el estilo de Dios, no hablarle a las masas sino personalmente a vos. Para muchos hoy quizás vos seas un número (de voto, de socio, de cliente, de lo que sea), pero no sos un número para Jesús. Él te conoce, te llama por tu nombre y por eso no te tenés que preocupar por lo que hace con los demás. No tengas envidia, no seas celoso, no andes cuestionando por qué llamó a tal o a cual, vos confiá en que siempre Dios hace lo mejor.
Jesús llama libremente, la respuesta del discípulo también es libre. En ese clima de libertad se crea a la comunidad de los 12 y se prepara el envío. Después de retirarse al monte a orar durante la noche, Jesús vuelve y llama a los que él quiere por su nombre. Los que son llamados, lo siguen. los nombra compañeros de camino especiales, porque los va a preparar con un contacto diario. Son ellos quienes se agrupan en torno a él, viven con el Maestro, lo escuchan, le creen, lo siguen con fidelidad y participan de su misión.
¿Estás atento a la voz de Dios o estás distraído por la vida, estás escuchando? Vos fijate que el Señor siempre va a tener un propósito y un sueño para tu vida, escuchalo, te va a hacer bien.
¿Quién soy? ¿Soy lo que hago? ¿Un artista, un abogado, un contador, un papá, un deportista, un profesor, un cura, una monja? ¿Soy mis logros? ¿Mis trofeos, mis premios, mis triunfos? ¿Soy lo correcto que he hecho o mis errores? ¿Mi historia me define? ¿Soy mis miedos, mis seguridades? ¿Soy un santo, soy un pecador? ¿Seŕe lo que los demás piensan de mí? ¿Soy todas esas cosas o ninguna? ¿Quién soy? Lo que pasa es que lo que piense que soy, como yo me defina, determina cómo afronto mi vida. ¡Qué problema! Si soy lo que hago, siempre voy a tener que hacer más y más para encontrar mi identidad. Si soy lo que otros dicen, siempre voy a tratar de complacer a las personas y estar a la altura de las circunstancias. Ninguna respuesta me satisface, ninguna respuesta me llena. Sigo buscando.
He descubierto que la única respuesta que de alguna manera me hace vibrar el corazón, es la de Dios, que me responde incluso antes de que me anime a hacer la pregunta. ¡Él puso esa pregunta en lo profundo de mi ser! ¿Quién soy para Él?
¿Quién soy para vos, Dios mío? Y ahí, en el silencio de la oración, en el ruido del servicio o en las mismas preguntas, casi que escucho un susurro: “Sos mi hijo muy querido, sos mi hijo amado. ¡Valés por lo que sos! No importa lo que hagas o dejes de hacer, ¡sos mi hijo! Siempre voy a estar para vos, aunque no siempre lo descubras. Te amo y te sostengo: Yo estoy. Sos mi obra maestra y sueño una eternidad con vos y tus hermanos”.
Si caminás confiando en que Dios te ve. Caminá seguro, porque Dios siempre contesta la pregunta. Ese sos vos, lo que Él dice de vos.
“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti” (San Agustín”).
Por último, seguí tu misión. La oración, como decíamos, hay que aterrizarla en lo concreto. Entonces, no ores sobre cosas que no te pasan, hablá de lo de hoy. El Señor nos muestra para qué vino: para hacer el bien, para anunciar y para amar. Esa es tu misión y la mía: hacer el bien, anunciar y curar. Jesús te llamó para eso, para que no te quedes en el molde, para que seas Iglesia, para que seas hijo, para que seas apóstol, para que anuncies que Dios lo es todo y que puede cambiar vidas. Tomate en serio tu misión y empezá hoy en lo simple, en lo sencillo, en lo escondido. No es necesario saber teología, con escuchar, con hablar y contar lo que Dios hizo por vos y por tu vida. Eso ya es mucho, ya estás curando, ya estás anunciando, ya estás haciendo el bien. Acordate que nuestra misión ya empezó desde hoy, pedile al Espíritu Santo que te ilumine y que te ayude a descubrir plenitud contando lo que Él hizo por vos.
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