Al dios desconocido, de Alberto Moravia
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¿Le interesan los escritores sudamericanos? ALBERTO MORAVIA: En estos últimos tiempos me he interesado en Jorge Luis Borges. S.: ¿Qué diferencias sustanciales existen entre lo que escribe usted y el mundo borgiano? A. M.: Yo siempre me he movido en el horizonte del existencialismo y de la fenomenología; me interesa todo lo que tiene que ver con la intimidad del hombre. Borges está casi centrado en la épica; Borges es menos ecléctico. S.: ¿Eso implica mayor coraje? A. M.: Sí, creo que en algún sentido sí. Sin embargo cuando los años pasan uno aprende que la verdad nunca está de un solo lado. Borges inventa episodios que dan con el personaje, acepta la verdad que le parece mejor para el texto. Yo, en cambio, debo poner en funcionamiento diversas poleas antes de enfrentar todos los problemas del estilo, del relato y de las criaturas que lo poblarán. Otra diferencia es que a Borges le encantan las entrevistas. S.: ¿Qué opina del suicidio? A. M.: Me parece un acto narcisista extremo y, además, antisocial. S.: ¿Y del suicidio en la literatura, el caso de Emma Bovary, de Anna Karenina? A. M.: En arte el suicidio es contraproducente. En los casos de Madame Bovary y la Karenina está sustentando por una gran vitalidad. S.: Recuerdo algo que Borges dice sobre los escritores, que cada escritor crea sus precursores, ¿Cuáles fueron los suyos? A. M.: En los años juveniles me apasionaba Dostoievski, ese gusto amargo por la destrucción y la rebeldía. También leía Pirandello y Manzoni. Frecuenté la lectura de Italo Svevo, por su toma de distancia tan particular cuando cuenta, por su elegancia, por su gracia a veces feroz... Pero mis preferencias iban siempre hacia el surrealismo francés. Leía vorazmente Max Jacob, Cocteau y, sobre todo, Raymond Radiguet. Pero con el pasar del tiempo advierto que los poetas con los que me encuentro más a gusto son Baudelaire, Rimbaud y Lautréamont. Entre los poetas del 900 prefiero a Apollinaire. S.: ¿Usted se considera un escritor freudiano? A. M.: Le diré que cuando he querido describir una Italia popular y pobre he usado la relación madre-hija ("La Romana", "La Campesina", "La Provinciana"), sin recurrir demasiado a las claves psicoanalíticas. En cambio, las veces que he querido presentar el ambiente burgués corrupto y en crisis he echado mano de la relación madre-hijo, con búsquedas constantes de la muleta psicoanalítica ("Los Indiferentes", "Agostino", "La Desobediencia" "El Aburrimiento") y le diré más aun: cuando he tratado de analizar la relación de la pareja he recurrido siempre a la figura de los intelectuales ("El amor conyugal", "El desprecio") como la más capaz de reflejar una comunión difícil y un aspecto de su crisis. S.: Moravia, ¿usted conoce la indiferencia? A. M.: Sí, ha sido mi gran tentación y precisamente porque fui tentado me propuse un salto cualitativo en dirección opuesta. S.: ¿Y el amor? A. M.: El amor de placer solamente en raros momentos: en la pausa de la fatiga que deforma, del cansancio que embrutece, del agotamiento que deprime.
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